jueves, septiembre 21, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (14): Una casa en las montañas y un accidente sospechoso

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


Iosif Stalin tenía la convicción del socialismo en un solo país, pero poco más. De los diferentes tipos de sabiduría que trató de practicar en toda su vida, probablemente la economía fue la que menos entendió. A lo largo de su vida, aparentemente se interesó vivamente por los trabajos de Bukharin, Preobrazhensky, Stanislav Gustavovitch Strumilin o, incluso Vasili Leontiev; pero todos los indicios son de que nunca fue capaz de penetrar en la densa terminología y lógica de los modelos económicos. Así las cosas, desarrolló una teórica muy sencilla, basada en la necesidad de que la URSS fuese una nación muy poderosa económicamente, súper industrializada, en la que los campesinos fuesen introducidos en el socialismo de una forma más o menos obligatoria. En otras palabras, su principal instrumento económico era la dictadura del proletariado.

Stalin, como todos los bolcheviques, cometió el error, que siguen y seguirán cometiendo todos los creyentes relapsos en cualquier ideología, de pensar que sus ideas, una vez puestas en práctica, y puesto que eran lo más de lo más de la ideología, crearían un mundo de colores por sí solas. Bukharin lo confesó, de hecho, en 1925, cuando vino a escribir que todos los bolcheviques, de Lenin abajo, creían que, en el momento en que toda la URSS fuese suya, en el momento en que poseyesen todos los medios de producción y controlasen a todos los trabajadores, la URSS se convertiría en una maquinaria económica ultra eficiente y creadora de valor. A mediados de los años veinte, incluso después de la experiencia de la NEP, todos ellos estaban, sin embargo, despertando de ese sueño, y Stalin no era una excepción.

Para Stalin, sin embargo, el principal problema a enfrentar no era la ruina del sistema soviético. Eso, al fin y a cabo, era algo que se podía negar, y de hecho eso mismo es lo que hizo el Partido durante medio siglo. Para él, el principal problema era Trotsky. León se dedicaba a largar y largar en reuniones privadas, probablemente sabiendo que la notaría acabaría por llegarle a su camarada, diciendo que la cumbre del poder soviético no le podía perdonar el papel que había tenido en la revolución. Por otra parte, Stalin comenzaba a percibir que Kamenev y Zinoviev, de momento todavía en su bando, comenzaban a recelar de su excesivo personalismo. En el XIII Congreso, Kamenev se había quejado de la existencia de una “dictadura de Partido”, situación que normalmente se designaba con el sustantivo, algo más blando, “burocratización”. Stalin y los suyos, notablemente Bukharin, combatían estas ideas anunciando los peligros que podría suponer una excesiva democratización del Partido.

El Partido, sin embargo, estaba lejos de ser todavía un partido estalinista; todavía valoraba la unidad que Lenin siempre había querido preservar. En una reunión del Politburo, las críticas públicas de Stalin hacia Kamenev fueron condenadas por considerarse impropias entre camaradas. Stalin, en un gesto teatral, vino a decir que, si querían que se fuese, él se abría. Fue un gesto bien calculado, puesto que el Politburo rechazó su idea; y, de hecho, quienes más hablaron en favor de la permanencia de Stalin fueron, precisamente, Kamenev y Zinoviev, probablemente porque creían que, con la condena anterior, habían ganado una partida que, en realidad, estaban comenzando a perder.

Finalmente, llegó el 19 de noviembre de 1924. Aquel día Stalin debía intervenir en un discurso ante una reunión de sindicatos comunistas, justo después de Kamenev. Recordad que la fecha es apenas unos días posterior a las Lecciones de Octubre. Por diversas razones: la importancia de la reunión, la fecha, los muchos intentos que Trotsky llevaba realizando en los meses anteriores para hacerse grande, Stalin decidió que aquél era el mejor momento para tomar posición. Así que decidió dar un discurso con un titular bien claro: trotskismo o leninismo.

Todo el discurso es contra Trotsky, con algunas perlitas en defensa de Zinoviev y Kamenev y su equívoca actitud en las semanas y meses previos a la revolución; problema que consideró “accidental”. Su tesis fundamental fue preguntarse retóricamente por qué Trotsky estaba removiendo aquel avispero en un momento como aquél, en el que el Partido estaba enfrentándose a muchos y duros problemas presentes. Una forma de decir que por qué quería desunir a quien necesitaba más que nunca estar unido. Y se contestó: “Juzgando a través de los hechos, la motivación de Trotsky es que está llevando a cabo otra, ¡otra!, tentativa de sustituir el leninismo por el trotskismo. Trotsky necesita destronar al Partido, porque una vez que haya destronado al Partido podrá destronar al leninismo”.

Detrás de las palabras de Stalin estaba una táctica de retórica política que es bien conocida y sobradamente usada (yo no soy un político catalán, yo soy Cataluña); pero a la que no le faltaba parte de base. En su desarrollo intelectual sobre lo que había pasado en 1917, y llevado por su infatuada personalidad, Trotsky, como he dicho, cometió el error estratégico de colocarse incluso por encima de Lenin, insinuando que, mientras él nunca se había equivocado en nada, el otro sí que cometió errores que hubieran podido ser fatales de no estar él por ahí.

¿Por qué se mostró Stalin generoso con Zinoviev y Kamenev en su discurso? Más que probablemente, porque sentía que los necesitaba de su lado. La parejita, por su lado, seguro que se lo agradeció en privado; pero, en realidad, no tragaron todo lo que Stalin hubiese querido. A principios de 1925, en una reunión del Politburo, los dos presentaron una propuesta en la que defendían que el atraso industrial y tecnológico de la URSS presentaba un obstáculo para la construcción del socialismo. Aquella era una idea trotskista, y la defendieron para dejar claro que se estaban acercando al viejo zorro. En abril de 1925 se celebró la XIV Conferencia del Partido, una reunión en la que Stalin no participó. Los informes más importantes fueron los de Rykov (cooperativismo), Dzerzhinski sobre industria metalúrgica, Alexander Dimitrievitch Tsiurupa en temas agrícolas, Molotov sobre organización del Partido, Aaron Alexandrovitch Solts sobre la legalidad revolucionaria, y Zinoviev sobre los retos de la Komintern. Lógicamente Kamenev, en ese momento presidente del Politburo y del Sovnarkom, presidió la reunión. No lo podía saber, pero sería la última vez. Pero la conferencia tuvo un detalle que no pudo pasar desapercibido a unos ojos suficientemente entrenados: a pesar de no estar Stalin, la reunión aprobó una resolución, incluso en contra de la opinión de Zinoviev, según la cual, a pesar de los obstáculos registrados por la revolución en otros países, la construcción del socialismo en la URSS era posible. Stalin empezaba a trabajar a control remoto, a través de sus crecientes terminales.

Pocos días después de la conferencia, Stalin dio un discurso en una reunión de cuadros del Partido de Moscú. Esta vez lo tituló Sobre el destino del socialismo en la URSS. De nuevo dedicó sus palabras a atacar a Trotsky y su revolución permanente. Para entonces, el Partido estaba ya embarcado en los preparativos de su XIV Congreso. 1924 habría de aportar algunas alegrías para dicha reunión: cuando menos oficialmente, en ese año la producción agrícola superó en un 12% a la de los niveles de antes de la guerra civil. La producción industrial estaba en un 75%. El sistema comenzaba a funcionar (aunque el sistema, en realidad, era la NEP). Se conseguían grandes avances contra el analfabetismo, y las Fuerzas Armadas habían aceptado plenamente su papel dentro de un Estado comunista. A principios de 1925, en este terreno, el Comité Central cesó a Trotsky como comisario del Ejército y la Marina y lo sustituyó por Frunze que, la verdad, valía mucho más que él para el puesto (aunque Trotsky, más que probablemente, no era de esa opinión). En aquel pleno, por cierto, cuando quedó claro el cese de Trotsky, Kamenev tuvo el gesto de proponer a Stalin en su lugar, así como al frente del Revvoensoviet. Normalmente los historiadores han interpretado este gesto como una torpe celada de Zinoviev y Kamenev para darle a Stalin una “patada lateral”, por así decirlo. Se especula con que contaban hacer que la famosa carta de Lenin fuese el centro del Congreso cercano, lo que les permitiría cesarlo de la secretaría general. De hecho, no pocos testigos directos de aquel pleno recodarían durante años el sonoro y evidente cabreo que se cogió Stalin cuando escuchó la propuesta.

Antes de abrir las sesiones del XIV Congreso, echemos un vistazo a la vida de Lavrentii Beria, allá en Georgia. Recordaréis que en agosto de 1924 había habido una especie de rebelión antibolchevique, mayoritariamente menchevique, que fue radical y cruelmente reprimida por la Cheka. De hecho, aquella represión terminó con el menchevisto georgiano; pero Beria y los suyos se guardaron mucho de decir esto, pues decidieron seguir viviendo de la amenaza que ya no existía para justificar sus latrocinios. Entre los años 1925 y 1926, cuando menos 500 personas fueron fusiladas en Georgia sin siquiera formarles causa.

Fue por esta época, probablemente, cuando Beria y Stalin trabaron conocimiento el uno del otro. Parece ser que en el verano de 1924 Stalin hizo una visita al área montañosa occidental de Georgia, Tsakhaltubo. De una forma no sé si meramente retórica o sincera, cuando vio aquellos paisajes dijo que le gustaría tener allí una dacha vacacional algún día. Beria (bueno, Beria no: más bien, sus prisioneros forzados) la construyó en un tiempo récord. Parece que a Stalin (que siguió vacacioneando en Sochi, fundamentalmente) el detalle le gustó.

Un suceso de marzo de 1925 que, como diría Rajoy, podría vincular a Stalin y a Beria, o no, es la muerte de Solomon Grigorievitch Mogilevsky. Mogilevsky era el súper jefe de Beria, como director de la Cheka de Transcaucasia. No se gustaban; y parece que a Stalin tampoco le hacía pandán. El caso es que Salomón hijo de Gregorio, en marzo de 1925 se hizo un general Sanjurjo y se arreó una hostia en un avión de la que ni él ni otros oficiales que viajaban con él salieron enteros. Hasta tres comisiones diferentes investigaron el accidente, así de mosqueados estaban en el Partido con la movida. Pero nunca se aclaró nada. Vladimiro Antonov-Ovseyenko dijo que, en realidad, Beria tenía motivos para haber perpetrado aquel suceso, igual que Stalin; sugiriendo con ello que pudo haber algún tipo de acuerdo. Lo cierto es que la muerte de Mogilevsky le dio a Beria una oportunidad de oro para promocionar. No tanto como esperaba, desde luego. El puesto de Mogilievsky no fue cubierto por Beria, sino por Ivan Petrovitch Pavlunovsky, que permanecería en el machito hasta 1928, y con unas relaciones manifiestamente mejorables con Beria.

A quien sí desplazó, sin embargo, fue a Kvantaliani, puesto que Beria fue nombrado director de la Cheka georgiana. En ese tiempo, es probable que hubiese varias tentativas terroristas contra su vida, aunque sólo se conoce con certeza una de ellas.

En 1927 se celebró el V Congreso del Partido Comunista de Georgia, donde Beria ganó un sitial en el Comité Central. En dicho congreso Sergo Ordzhonikidze, el ubicuo secretario del Partido para toda Transcaucasia, se centró ya definitivamente en sus cargos moscovitas. Fue sustituido por un amigo suyo, Mamia Dimitrievitch Orakhelashvili. Orakhelashvili, además de totalmente fiel a Ordzhonikidze, era también totalmente fiel a Stalin y, por lo tanto, se aplicó a fondo en contra de la llamada oposición de izquierdas dentro del Partido.

Regresemos a Stalin. En diciembre de 1925, cuando se abrió el XIV Congreso, los signos de recuperación y crecimiento en la economía soviética eran bastante evidentes. Sin embargo, como ocurre siempre que una economía se recalienta, incluso aunque sea una economía centralizada, los precios comenzaron a crecer y, con los precios, creció el descontento. El país era incapaz de exportar y tenía un millón y medio de desempleados que, en su misma existencia, negaban el socialismo. A pesar de los éxitos conseguidos, todavía uno de cada dos adultos no sabía leer ni escribir.

Esta sopa agridulce es la que se sirvió en la mesa del XIV Congreso, con Stalin en el centro de la mesa. La ponencia política, que es la mano que mece la cuna de todo congreso partidario, fue elaborada y leída por el secretario general. Apoyándose en la XIV Conferencia del Partido, donde como hemos visto sus tesis ganaron a control remoto, el congreso aprobó una resolución reputando posible la victoria del socialismo en la URSS a pesar de las condiciones. Se declaró que la conversión de la Unión en una nación industrial como principal objetivo de futuro.

En el Congreso, sin embargo, ya estaba totalmente acuñado el concepto de “nueva oposición”, nucleada en la delegación leningradense, es decir, la que presidía Zinoviev. Y todo parece indicar que, asomándose al abismo de la Historia, Zinoviev, quien desde luego no tenía la presencia de ánimo entre sus grandes virtudes, sintió vértigo. Su ponencia ante el congreso, que todo el mundo entendió como el discurso programático de la nueva oposición, fue blando, confuso, débil e incoherente en muchos puntos. Su punto fuerte fue la denuncia de la burocratización del Partido; un tema en el que remaban a favor de corriente, puesto que las posiciones de Lenin al respecto, por una vez, no eran algo que se pudiera interpretar de muchas maneras.

A pesar de la fuerza de estos argumentos, Zinoviev y Kamenev cometieron el error estratégico de descender en exceso a lo personal a la hora de marcar distancias. Fue en este congreso, de hecho, en el que Kamenev dijo públicamente eso de “he llegado a la conclusión de que el camarada Stalin no puede asumir el papel de unificador de bolchevismo”. Y, ojo, conforme lo dijo, muchos de los delegados comenzaron a corear el nombre de Stalin. En esencia, a pesar de los esfuerzos de los opositores en sentido contrario, Stalin se las arregló, antes, durante y después del congreso, para aparecer como el gran defensor del leninismo y sus esencias. Y esto le garantizaba la victoria en un Partido que empezaba a ser, en gran medida, un Partido de nostálgicos, ya acostumbrados a contar su batallita preferida una y mil veces entre vodka y vodka, entre puta y puta.

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